domingo, 3 de junio de 2012

Pedagogías (I). Destruyendo la educación


Mucho se habla del estado de descomposición que padece la educación a nivel global, hecho que se acentúa en España, donde las reformas, contrarreformas, añadidos o supresiones se suceden como si tal cosa con cada nueva legislatura. Un síntoma evidente de la repugnante politización de la enseñanza cuyas víctimas, finalmente, son los profesores y sus alumnos.



Pero, dentro de cada sistema, hay otros sistemas que funcionan con más o menos independencia del principal. Los contenidos que para cada asignatura fija el BOE, por ejemplo, son susceptibles de presentar tantas interpretaciones como lecturas de los mismos hagan los llamados pedagogos. Estos pueden haber sido profesores, o no. No le les resulta necesaria tener experiencia en un aula, toreando durante años y aguantando las formas de unos adolescentes que deberían traer esa educación mínima (la de estar en un sitio público con demás personas) aprendida de casa, para saber mejor que nadie lo que sucede en las clases.

Los psicólogos metidos a pedagogos prometen solucionar todos los problemas de la educación actual, pasada y futura. Resultados académicos, disciplina, respeto, trabajo... No obstante, como decíamos, sería muy raro ver a alguno de ellos aplicar sus teorías en un espacio con 25 alumnos problemáticos de 16 años, día tras día, mes a mes. Esa responsabilidad siempre recae sobre el profesor (cómo no).



Así, el pedagogo le dice a este lo que tiene que hacer, cómo y cuándo. Si los resultados no cambian o empeoran, es el profesor quien tiene que empezar a "evaluar de otra manera". Cuando esta "evaluación" de la nueva pedagogía da por fin sus frutos, se hace una estadística favorable y los problemas reales empiezan a desaparecer de los informes.

La burocracia, por fin, demuestra que esa invasión en la forma de dar clase de un profesor que llevaba haciéndolo 20 años es positiva, y hasta necesaria. Este profesor, por tanto, ya no es tan importante. Su autonomía, su profesionalidad, su carrera, se han demostrado inútiles frente al huracán de ideas que representan las nuevas metodologías.

Sin embargo, como siempre, la realidad va por otro lado. Es un hecho que los alumnos saben cada vez menos, que el respeto al profesor hace tiempo que se perdió y que en las clases reina un descontrol generalizado en todo el país. Entonces, ¿qué pasa?

Que cogemos un centro de entre los centenares de miles que se hallan desperdigados por el mundo donde esa pedagogía está funcionando. El templo de los nuevos profetas. Y decimos al profesorado de los demás institutos: "si no funciona aquí, es porque os negáis al progreso, la culpa es vuestra, que no queréis animar a vuestros pupilos con nuestras inefables técnicas de motivación". Evidentemente, según las leyes de probabilidad, las cosas pueden funcionar en según qué espacio y qué tiempo, dependiendo de una multiplicidad de factores que no vienen al caso y que la llamada "secta pedagógica" omite con sorprendente descaro.

Todo esto es mucho más grave de lo que parece. Desde el punto de vista del profesor, que se ve obligado a defender un puesto de trabajo, se observa una burocracia que va multiplicándose exponencialmente, debiendo rendir cuentas ante los pedagogos, el ministerio, su jefe de siempre, el inspector de calidad y los padres de los alumnos. El ahora llamado "educador" es culpable de todos los males y ajeno a cualquier logro: todo pasa por el nuevo prisma. Si consigue sacar algo en limpio de una clase, es gracias al sistema pedagógico implantado. Si no, es porque no ha sabido o querido implantarlo.

La politización también llega hasta esos niveles. Si un profesor que, después de muchos años, ha conseguido saber cómo llevar una clase, mantener el orden y además transmitir conocimientos, se opone a que un pedagogo le cambie su manera de impartir la materia, es tachado de reaccionario, atrasado, o simplemente facha.

Si además es insultado por padres o alumnos debe aguantarlo. Si debe hacer 12 cursos para aprender las nuevas metodologías, tendrá que hacerlos. Si le piden informes sobre este respecto, debe presentarlos. Si le piden otros informes en la inspección que no tienen nada que ver, también. No importa que en el centro donde trabaja haya agresividad, absentismo escolar, que rompan cristales o le pinchen las ruedas: toda la culpa es suya, porque no sabe motivar. Los informes de la evalución de las nuevas estrategias que ha sido obligado a cumplimentar porque debe pagar las facturas a fin de mes, certifican que el circo pedagógico funciona.

Es decir, que el panorama general de deterioro se convierte en una anécdota, forzando la generalización del buen funcionamiento ficticio de la pedagogía a través de papeles que no representan otra cosa que estadísticas cerradas sobre ese sistema dentro del Sistema. Mundo real: profesores a los que se les ha robado la autoridad y el respeto por invasión de su autonomía. Eso, los alumnos lo perciben inmediatamente, y los resultados aparecen cada día en las noticias; saben menos, mucho menos, no tienen autocontrol ni conocen la diferencia entre un profesor o un bote de acelgas. Es el resultado de otro tipo de atraco, el de la intromisión, que a su vez viene acompañado del clásico atraco monetario, véase inversiones en educación, que explicaremos en sucesivas entradas.

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